El Principe – Primera Parte

Desde tiempos inmemoriales, los vampiros han seguido la ley darwiniana de la supervivencia del más fuerte. Los que tenían el arrojo de tomar el poder y la fuerza para conservarlo gobernaban. Los vampiros se establecían como nobles y señores de la guerra, controlando todos los territorios que podían tomar, viviendo en una incómoda tregua con sus vecinos mortales y Cainitas, y buscando siempre expandir sus posesiones y rebaños. En las ciudades del mundo antiguo esto solía ser desastroso, ya que los vampiros luchaban por el comercio y los territorios de caza.

Desde tiempos inmemoriales, los vampiros han seguido la ley darwiniana de la supervivencia del más fuerte. Los que tenían el arrojo de tomar el poder y la fuerza para conservarlo gobernaban. Los vampiros se establecían como nobles y señores de la guerra, controlando todos los territorios que podían tomar, viviendo en una incómoda tregua con sus vecinos mortales y Cainitas, y buscando siempre expandir sus posesiones y rebaños. En las ciudades del mundo antiguo esto solía ser desastroso, ya que los vampiros luchaban por el comercio y los territorios de caza.
En las noches de la antigüedad, el Vástago más fuerte de cada ciudad o región reclamaba el dominio sobre ella y usaba todos los medios necesarios para mantener su control. Con el paso del tiempo fueron surgiendo las tradiciones en torno a esta práctica, y ciertas responsabilidades fueron asumidas tácitamente o tomadas a la fuerza por quien estuviese en el poder. La Camarilla defendió estos ideales en los siglos siguientes al Renacimiento. En el año 1743 un anarquista de Londres publicó un panfleto criticando la sociedad de los antiguos y violando la Mascarada de forma obvia. La Camarilla respondió rápidamente, primero ocultando el incidente (“¡Una notable obra de ficción fantástica!”) y destruyendo al anarquista, y después reconociendo formalmente el cargo de príncipe, todavía mantenido por muchos vampiros en estas noches.
El príncipe es, para decirlo sencillamente, el vampiro que tiene bastante poder para ejercer su dominio sobre toda una ciudad, codificar las leyes para la misma y mantener la paz. Esta posición suele ser ocupada por un antiguo; ¿quién si no iba a tener el carisma y el poder necesarios para ello? En algunos pueblos pequeños los vampiros jóvenes pueden reclamar el dominio de la misma forma, pero es raro que las cuadrillas de las ciudades respeten sus decisiones. A veces, circunstancias extrañas han puesto a Vástagos inexpertos al frente del gobierno de una ciudad, pero pocos de esos advenedizos consiguen mantener su cargo cuando aparecen los antiguos.
El título de “príncipe” es simplemente eso: un título dado para formalizar un papel, ya lo ostente un hombre o una mujer. No hay dinastías de vampiros controlando sus ciudades ni ascensiones hereditarias. A veces un príncipe puede ser conocido por un título nativo de la tierra que gobierna, como “barón”, “sultán”, “conde” o el menos formal “jefe”. Los eruditos de la Estirpe que rastrean los orígenes del término creen que tiene sus raíces en la Edad Oscura, en referencia al señor de la mansión, consolidándose a partir de la publicación del Príncipe de Maquiavelo.
Un príncipe no “reina” sobre una ciudad. Su papel es más el de supervisor o magistrado que el de monarca. Es el juez que resuelve las disputas entre los Vástagos, la autoridad definitiva en la aplicación de las Tradiciones y el guardián de la paz. Su preocupación principal es la Mascarada y su preservación. Depende de él que eso signifique vigilar la ciudad contra el Sabbat o tener controlados y oprimidos a los elementos más revoltosos. No todos los príncipes consideran que su poder deba ser informal; de hecho, algunos exigen ser tratados como los antiguos reyes, manteniendo “cortes” y exigiendo que los “súbditos” del dominio asistan a sus pronunciamientos reales. Esta arrogancia puede irritar al populacho, tanto a los jóvenes como a los antiguos.
Los moradores vampíricos de una ciudad no deben a su príncipe juramentos de lealtad o vasallaje. Su obediencia depende de su cobardía, y muchos príncipes se aseguran de tener algún medio de reforzarla. Si el gobierno de un príncipe es cuestionado o frustrado puede recurrir a la fuerza para mantener el control. Si no tiene fuerza suficiente para resolver el problema, o si se encuentra sin aliados, su reinado termina.
Aparte de seguir las normas dicta-das por las Tradiciones, muchos vampiros ignoran a su príncipe o le prestan una atención parcial en el mejor de los casos para no perderse nada que pueda interesarles. En general, los Vástagos tienen demasiadas cosas de las que ocuparse para escuchar a su “líder”. Para algunos antiguos, Inconnu y otros en posiciones seguras (como los Justicar), los anuncios de los príncipes son divertidos y arrogantes, los balbuceos de un jovencito impresionado por los adornos del poder.
No obstante, el príncipe no es alguien a quien no se deba tener en cuenta. Ostenta un gran poder temporal con el que mantiene su posición. No sólo dirige los asuntos de los Vástagos de la ciudad, sino que suele tener bastante peso sobre los temas mortales. La policía, los bomberos, las compañías de construcción, los hospitales, la oficina del alcalde… todos son muy útiles para acabar con los enemigos o para asegurar el dominio sobre una esfera de influencia en particular. Si el príncipe quiere eliminar a una banda de anarquistas problemáticos puede hacer que una compañía de construcción envíe sus excavadoras a su refugio en pleno día. Un cazador al servicio de la Iglesia que tenga su base en la catedral local puede encontrarse con el ayuntamiento investigando las exenciones tributarias del templo. Estas influencias suelen captar la atención de quienes podrían sentirse inclinados a no respetar al príncipe. No es prudente enfurecer a alguien que puede hacer que tu refugio sea condenado por la junta de urbanismo, o que tu teléfono quede “accidentalmente” cortado durante una reparación de los conductos del gas.

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Tiburk

Un amante de los juegos de rol...

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