Las Cruzadas

Para poder comprender qué razones tenía la historia de Europa y del Cercano Oriente para tomar semejantes rumbos, debemos remontarnos a los años inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y ver qué estaba sucediendo en el mundo de aquel entonces.

En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del mundo conocido. Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno centralizado y absoluto en la persona del emperador, además de un ejército capaz y profesional, hacían de la ciudad y los territorios gobernados por ésta (el Imperio Bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por el emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y absorbidos en su totalidad.

 

Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se habían convertido al Islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuk), con todo el fanatismo de los recién conversos, se lanzó contra el “infiel” imperio de Constantinopla. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las tropas turcas, y uno de los co-emperadores fue capturado. A raíz de esta debacle, los bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Ahora habían fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.

Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una a una las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén.

Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental. Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a engullir lentamente al mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas. La paciencia iba a agotarse en algún momento.

En 1081, subió al trono bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió hacer frente de manera enérgica a la amenaza asiática. Pero pronto se dio cuenta que no podria hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con Occidente, a pesar de que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habian roto relaciones en 1054. Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar soldados normandos, los cuales habian conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía muy bien el poder de los normandos. Y ahora los quería de amigos.

Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada “Tregua de Dios” mediante la cual se prohibía el combate desde el miércoles al atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de demostrar el poder del papa sobre la voluntad de Europa.

En 1095, Urbano convocó un concilio en la ciudad de Piacenza. Allí expuso la propuesta del emperador, pero el conflicto de los obispos asistentes al concilio, incluido el papa, con el Sacro Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba apoyando a un anti-papa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar…

El llamado de Urbano

Clermont será el nuevo lugar que escoja Urbano para hacer calar su propuesta de reclutar un ejército que enfrente al enemigo musulmán. El papa ha dejado filtrar rumores sobre su discurso de clausura en este nuevo concilio, discurso en el cual supuestamente habrán alusiones a la Tierra Santa y a Jerusalén. La fecha, 27 de noviembre de 1095.

En efecto, Urbano habia sondeado los ánimos de las gentes de Europa y conocía que ardían de ira por las atrocidades que los turcos cometían en Jerusalén. Entonces decidió usar ese sentimiento para dos cosas: una, lograr enviarle un ejército a Alejo que le colaborara, y dos, pondría a los nobles una tarea común que les hiciera olvidar de momento sus enfrentamientos.

El último día del concilio, se concentró una multitud gigantesca, tal que el discurso no pudo hacerse dentro de la iglesia, sino que se adecuó un lugar afuera de las murallas de la ciudad. Allí Urbano utilizó todas sus habilidades como gran orador que era, y relató el padecimiento de Jerusalén bajo el puño turco, cómo sus habitantes cristianos gemían pidiendo ser rescatados, y cómo el, como cabeza visible de la Iglesia, tenía la sagrada labor de convocar a los más valerosos y piadosos guerreros para que hicieran el voto de ir en peregrinaje hasta el Santo Sepulcro, sobreponiéndose a cualquier obstáculo que los infieles pongan en su camino, y liberando en el proceso a la santa ciudad. Después de esta intervención, la multitud prorrumpió en gritos delirantes, exclamando “Deus vult!” (“Dios lo quiere”). Inmediatamente, Adhemar de la Puy, obispo del lugar, se inclinó ante el Papa y le solicitó lo reconociera como su primer voluntario. Entonces, Urbano tomó una cruz de tela roja y se la dio para que la cosiera en sus vestimentas como símbolo de su misión. Inmediatamente, el resto de las personas corrió por trozos de tela roja hasta agotar las reservas que de éstas habían en el pueblo. Y luego empezó a ocurrir lo mismo en el resto de Francia, y luego en el resto de Europa. La locura era increíble.

Pedro el Ermitano

Urbano, con su discurso de Clermont, había sacudido a toda Europa y la había envuelto en una bruma de fanatismo religioso. Miles quisieron acudir al llamado, aun antes de que siquiera se organizase un ejército que marchase a liberar la Tierra Santa. Es entonces cuando un oscuro pero cautivador personaje aparecio en escena. La historia lo recuerda como Pedro el Ermitaño.

Pedro era un monje de la región de Flandes, en lo que actualmente es Bélgica. Allí se dedicó a alborotar al pueblo con la idea de que era el deber de todo cristiano hacer algo para que Jerusalén se quitara de encima la tiránica opresión de los infieles. Enardecidos, los campesinos que escucharon sus palabras formaron un andrajoso ejército alrededor de él, tras de lo cual decidió emprender la marcha hacia la Ciudad Santa, sin esperar a que se se formara el gran ejército cristiano. Después de haber obtenido el apoyo de otros grupos de origen semejante, procedió a atravesar Europa hasta Constantinopla. Durante el viaje, los “soldados” de Pedro cometieron toda clase de desmanes contra los habitantes de las regiones atravesadas. En particular, sometieron a pillaje numerosos pueblos y realizaron más de una masacre de judíos, considerando que asesinar a los verdugos de Jesús era el más piadoso de los actos. Cuando finalmente llegaron a la capital bizantina, el emperador quedó anonadado……eso no era precisamente lo que esperaba que le mandaran los occidentales. Trató de deshacerse rápidamente de ellos enviándolos a Asia Menor, donde los turcos se encargarían del “ejército del pueblo”, como se llamaba a sí misma esta turba incontrolable. Efectivamente, fueron emboscados en Xerigordon, y finalmente, asesinados o vendidos como esclavos. Así terminó la odisea de Pedro el Ermitaño.

La marcha hacia el Este

Afortunadamente para el emperador bizantino, Occidente mandaría algo mas que una horda incontrolable de harapientos campesinos. En diferentes puntos de Europa, los nobles locales hacían toda clase de preparativos para ir a luchar en nombre de Dios a tierras lejanas y, de paso, ganar un poco de gloria personal y riquezas.

En las tierras de Lorena, en lo que hoy en día es la Francia occidental, el duque Godofredo había acatado el llamado del Papa a luchar por la causa divina, tarea en la que lo acompanaría su hermano, Balduino de Boulogne. Ambos realizaron en sus respectivos dominios fuertes programas de impuestos para obtener el dinero que compraría armas, caballos y viandas que sostuvieran a un ejército en la marcha hacia Oriente.

En iguales labores andaba el conde Raimundo de Toulouse. Este era un viejo veterano de las luchas entre musulmanes y cristianos en la Península Ibérica (su condado abarcaba tierras que hoy en día son fronterizas entre Francia y España) y ademas su residencia quedaba muy cercana de Clermont. Por tanto, el puso sus fuerzas a órdenes del obispo de esa ciudad, Adhemar de La Puy (al cual hicimos referencia anteriormente), quien había sido nombrado representante papal para la campaña y (al menos en teoría) comandante supremo de la misma. Ambos partieron por la vía del norte de Italia y los Balcanes hacia Constantinopla,mientras que Godofredo y Balduino se movilizaron por Europa Central.

Al sur, en Italia, gobernaba Bohemundo de Tarento. Este era el hijo ilegítimo de Roberto Guiscardo, quien había partido desde Normandía, al norte de Francia ( y cuyo duque, Roberto Curthose, tambien se habia vinculado a Cruzada) y había llegado al sur de Italia, donde había combatido a bizantinos y musulmanes y se había hecho a un reino que también incluía Sicilia. Como era una tierra muy cercana a territorio bizantino, Bohemundo solo tuvo que recorrer un corto trecho por mar hasta la actual Albania y seguir por tierras imperiales hasta alcanzar la ciudad de Alejo.

Los anteriores fueron los principales nobles que tomaron parte en esta Cruzada (llamada así porque todos sus participantes llevaban una cruz cosida a sus vestiduras). Cabe destacar la ausencia de los grandes monarcas de la cristiandad occidental, Felipe I de Francia y el Sacro Emperador Enrique IV, quienes no sólo tenían conflictos con el Papa, sino que también veían este movimiento como una manera de tener a los nobles distraídos luchando en tierras lejanas en vez de ponerle problema a ellos, permitiéndoles manejar sus reinos más eficientemente.

Los contingentes cruzados partieron en su mayoría en el verano de 1096. Fue un arduo camino el que los llevo la ciudad de los estrechos, pero finalmente alcanzaron su primera meta a comienzos de 1097. Fueron recibidos en el palacio imperial por Alejo y su corte. Tanto orientales como occidentales estaban perplejos los unos de los otros, principalmente los occidentales estaban deslumbrados del lujo y la ostentación de Bizancio mientras que los orientales quedaban impresionados con el aspecto barbárico de los recién llegados. Los hombres del ejército cruzado tenían costumbres muy rudas y no observaban ninguno de los protocolos a los que la corte imperial estaba acostumbrada. Se comentaba que uno de los caballeros de Occidente, después de realizar una de las actividades programadas para ellos por Alejo, se acercó al trono del emperador y, cansado como estaba, se sentó en él. Horrorizados, algunos de los presentes le indicaron que ese lugar estaba exclusivamente reservado para el emperador. Al oír esto, el hombre dijo:”¿ Cómo es posible que el emperador permanezca sentado mientras tantos valientes guerreros se encuentran de pie?”. En el fondo tenía razón, pero se trataba de un protocolo, y había que seguirlo.

Alejo les indicó a los cruzados que, como estaban prestando un servicio al Imperio Bizantino, se requería de ellos que hicieran un solemne juramento de fidelidad a él. Los occidentales no tenían un buen concepto del emperador, por lo que ahora se sentían en la más incómoda de las situaciones. Sin embargo, sabían que si obviaban el juramento les iba a quedar muy complicado seguir adelante hacia Tierra Santa, por lo que muchos tuvieron que inclinarse ante el monarca. Por otra parte, Tancredo, sobrino de Bohemundo, quien venía hacia Constantinopla con algunos días de retraso, logró escabullirse hacia Asia Menor (la parte de Asia más cercana a la ciudad) sin pasar por el proceso de jurar fidelidad a Alejo.

El primer objetivo militar de los cruzados fue la ciudad de Nicea, que se había convertido en capital de los turcos selyúcidas en Asia Menor. Después de un intenso combate, lograron capturarla y, como el juramento de fidelidad incluía entregarle a Bizancio toda ciudad que hubiera pertenecido a ellos y que estuviera en manos turcas, Nicea fue puesta en manos del emperador. Igualmente sucedió con la ciudad de Dorylaeum, que fue conquistada de manera similar. A partir de esta ciudad, el ejército empezó a internarse en las profundidades de la meseta de Anatolia, el corazón del dominio turco. Los bizantinos les habían aconsejado que siguieran la ruta que bordeaba la costa para que, en caso de dificultad, pudieran enviarse barcos desde Constantinopla a brindarles ayuda. Pero ellos desoyeron el consejo. Se movilizaron por una tierra árida, bajo un sol canicular, y donde los turcos podían emboscarlos a cada paso que daban (y efectivamente lo hicieron). Muchos miles de hombres murieron en el camino. Pero pudo más su terquedad y su ferocidad en el combate, y finalmente, el diezmado ejército apareció en las fronteras de lo que hoy es la nación de Siria a finales de 1097.

En este momento, la historia de la Cruzada se parte en dos. Las dos ciudades en las que se desarrollarían las dos historias fueron Antioquía y Edessa.

Antioquia

Los primeros contingentes de cruzados llegaron ante las murallas de Antioquía en noviembre de 1097. De los jefes que nombramos anteriormente, el único que no venía con ellos era Balduino, a quien nos referiremos más adelante. Los demás estaban ahí presentes para observar lo difícil que prometía ser el asediar la ciudad. Con una longitud de 40 millas (algo imposible de rodear para las disminuidas fuerzas de la cristiandad), la muralla envolvía la ciudad, escoltada en algunas partes por empinadas montañas o por el río Orontes.

Llegaba el año nuevo del 1098 y la tropa contemplaba desesperada los muros sin saber qué hacer. El comandante local, Yaghi-Siyan, manejaba hábilmente la situación, atacando al ejército cuando una parte de él partía a buscar provisiones. Muchos empezaron a desertar, entre ellos el mismísimo Pedro el Ermitaño, quien había sido hallado por Tancredo en la ruta. Además, las pésimas condiciones de higiene al interior del campamento cruzado generaron la aparición de enfermedades e infecciones, las cuales llevaron a muchos a la muerte o a una convalescencia que les impedía combatir (los cruzados utilizaban las cabezas de sus muertos por enfermedad como proyectiles de sus catapultas, las cuales las arrojaban dentro de la ciudad, para que la pestilencia del muerto contagiara a sus habitantes; era un tipo primitivo de guerra biológica). Pareciera como si los soldados de la fe cristiana fueran a quedarse entancados ante Antioquía, en un proceso de consunción paulatina hasta que ya nadie pudiera llevar la espada y la cruz simultáneamente.

Entonces, ocurrió algo inesperado. Uno de los soldados turcos que vigilaban las garitas, llamado Firuz, entró en conversaciones con Bohemundo. Firuz se encontraba bastante descontento con sus superiores (y seguramente algún dinero cedido por Bohemundo habrá aumentado ese descontento) y pactó con el cruzado que él le permitíría ingresar por su garita cuando fuera el momento indicado. Este momento se dio el 2 de junio de 1098. Ese día había sido movilizado un contingente pequeño de soldados, a órdenes de Esteban de Blois, que había llamado la atención de las fuerzas musulmanas. Firuz le dijo a Bohemundo sobre la distracción creada, y, al amanecer del 3 de junio, éste ingresó en la ciudad, sin antes revelar su plan a los demás jefes (pues él había mantenido en secreto el pacto con Firuz para que nadie le disputara el honor de haber logrado la entrada a la ciudad y así poderla reclamar para sí). Mientras el grueso de las tropas hacían simulaban dirigirse a combatir al ejército que venía desde Mosul (ciudad del actual Irak) a ayudar a Antioquía, Bohemundo deslizaba sesenta hombres al otro lado de los muros. Estos abrieron la puerta que llamaban de San Jorge, y el resto del ejército, que ya estaba nuevamente de regreso, se dirigió hacia dicha puerta. Lo que siguió fue una terrible carnicería en la que todos los musulmanes (y algunos cristianos armenios) fueron pasados por las armas. La ciudad, excepto la ciudadela central, estaba en manos cruzadas.

Pero tan pronto se habían asentado en Antioquía, cuando los cruzados fueron informados que el susodicho ejército proveniente de Mosul se estaba acercando rápidamente, comandado por un hombre llamado Kerbogha. Dos días después de terminar el asedio cristiano de la ciudad, empezó el asedio islámico. Nuevamente, Bohemundo y los demás enfrentaban una muy complicada situación, en particular por la ventaja numérica de los nuevos sitiadores. Cualquier ataque mal planeado, sería la ruta hacia el desastre.

Nuevamente, ocurrió algo inesperado, aunque esta vez se podía hablar verdaderamente de un milagro. Un hombre llamado Pedro Bartolomé reveló que había sido visitado en sueños por el apóstol San Andrés, quien le había revelado que la lanza de Longinos, aquélla con la que había sido atravesado el costado de Cristo, se encontraba bajo la iglesia patriarcal de Antioquía. La profunda convicción con que afirmaba lo que decía llevó a que se ordenase una excavación bajo el piso de la iglesia. Efectivamente, allí se encontró un viejo y desgastado trozo de lanza bastante carcomido por los años. Al divulgarse la noticia del hallazgo, la moral de la soldadesca creció increíblemente, convencidos todos que Dios había enviado a su santo para guiar a su pueblo a obtener un símbolo mediante el cual el poder divino estuviera presente entre ellos. Salieron fuera de los muros llenos de frenesí místico y se arrojaron sobre sus enemigos con una fiereza jamás desplegada. Los más excitados por la situación vieron, en su delirio, al mismísimo ejército celestial, con todos los santos allí presentes, combatiendo al lado de sus devotos terrenales. En todo caso, la fuerza musulmana fue totalmente derrotada y sus restos se replegaron hacia Mosul.

Después de asegurar el dominio de Antioquía, los jefes cruzados nombraron a Bohemundo (como era de esperarse) príncipe del lugar. El normando tomó automáticamente su posición, pero ni él ni ninguno de ellos olvidó que la tarea no sería terminada hasta que tomaran la más sagrada de las ciudades. Por tanto, la marcha prosiguió.

(Como dato anecdótico, cabe decir que Adhemar de la Puy, el representante del Papa en esta campaña, murió mientras Antioquía era asediada por Kerbogha y sus hombres.)

Edessa

Por un momento, retrocedamos a cuando el ejército de la cristiandad occidental venía en camino hacia Antioquía.

Tancredo y Balduino, habiéndose desligado del ejéricito principal, habían asediado y eventualmente capturado la ciudad de Tarso, de población cristiana armenia pero sometida a los musulmanes. Cuando la toma hubo concluido, Balduino empiezo a mover sus fichas para lograr quedarse con la ciudad, usando inclusive una autoproclamación como campeón del pueblo armenio. Al verse desplazado, Tancredo riñó con él y volvió con su tío y el ejército principal rumbo a Antioquía. Balduino empezó a acomodarse en Tarso cuando un plato aún mas suculento le fue presentado. Toros, príncipe de Edessa, escuchó que el ejército de Kerbogha había partido desde Mosul para atacar a los cruzados, y eso implicaba pasar por Edessa, y probablemente someterla. El príncipe necesitaba de un valiente guerrero que asumiera la defensa de la ciudad, y le pareció que el hermano de Godofredo era el hombre adecuado.

Balduino llegó, con una pequeña escolta, a Edessa en febrero de 1098. Inmediatamente, fue adoptado como hijo por Toros. Eso era lo que el cruzado necesitaba. A los dos meses, se llegó a la culminación de la conspiración que Balduino, traicioneramente y utilizando su renombre como campeón de los armenios (pueblo al que pertenecían los oprimidos edesios, mas no Toros), fraguó contra su padre adoptivo. La gente se lanzó contra el palacio, y cuando el gobernante de la ciudad pidió a Balduino que lo defendiera de la turba, éste se negó. El príncipe fue apresado y descuartizado por sus súbditos. Acto seguido, el occidental, como hijo y sucesor que era, fue nombrado nuevo príncipe de Edessa. Balduino fue el primer cruzado que se erigió como soberano de tierras en el Este.

Jerusalen

Después de asegurarse una base en Antioquía, quedándosela Bohemundo y no entregándosela a Bizancio, la marcha directa sobre Jerusalén era el siguiente paso. El ejército se movilizó por la costa, donde todas las ciudades se sometieron a ellos, al no ser asistidas desde Mesopotamia ni desde Egipto. Al llegar a Jaffa, torcieron hacia el interior y, al comenzar el mes de julio de 1099, procedieron a montar el sitio de la Ciudad Santa.

Pronto se dieron cuenta de que montar un asedio con todas las de la ley iba a ser complicado. Carecían completamente de las máquinas necesarias (catapultas, arietes, torres de asalto, etc) por lo que tuvieron que enviar destacamentos hasta los bosques más cercanos (que no eran muchos) por madera para la construcción. Mientras tanto, un intento de toma por medios sencillos había fracasado rotundamente.

Al llegar julio, ya tenían varias máquinas a su disposición y estaban bombardeando la ciudad. Sin embargo, ésta resistía. Los clérigos y místicos recordaban el pasaje de la Biblia en el cual Dios había derrumbado “mágicamente” las murallas de Jericó para que Josué y los israelitas entraran en ella. Se pensó entonces que si se hacía penitencia y se invocaba a Dios solemnemente, las murallas de Jerusalén caerían de igual manera. El 8 de julio, todo el ejército dejó las armas e inició una procesión alrededor de las murallas. Los defensores musulmanes hubieran podido atacarlos perfectamente, pero estaban tan asombrados con la actitud de los cristianos, que se quedaron observándolos desde sus posiciones, seguramente con la boca abierta de la extrañeza.

A pesar de la procesión y de las ceremonias realizadas en el Monte de los Olivos, los muros seguían en pie. Habría que tomar Jerusalén por la fuerza. Empezaron a acercar las torres de asedio a las murallas y desde allí bombardeaban hacia el interior. Al mediodía del 15 de julio, se logró poner una torre a distancia suficiente como para que se tendiera un puente por sobre las murallas. Letold y Gilbert de Tournai fueron los primeros en entrar a la ciudad ( y fueron vistos de manera similar a como en nuestro siglo fueron vistos Neil Armstrong y Buzz Aldrin) y detrás de ellos cientos de cruzados. Las puertas de la ciudad fueron abiertas y el resto de las tropas entró.

Lo que siguió fue una horrible matanza en la cual todos los judíos y musulmanes de la ciudad fueron masacrados. Se dijo que la sangre de los muertos llegaba hasta los tobillos de los soldados y que los caballos salpicaban sangre con sus patas, que mojaban los vestidos de sus jinetes. En todo caso, la población fue aniquilada. Irónicamente, después de pacificar Jerusalén, los cruzados se dirigieron piadosamente hacia la iglesia del Santo Sepulcro, donde cumplieron la promesa hecha tres años atrás. Finalmente, la misión estaba cumplida. Ahora restaba mantener lo obtenido.

Los Estados Latinos de Oriente

Después de haber conquistado Jerusalén, los principales líderes del ejército cruzado procedieron a establecer un “orden” administrativo en toda la región conquistada. Para comenzar, se planteó la posibilidad de nombrar un Rey de Jerusalén, quien sería la máxima autoridad en la región, y todos los demás debían jurarle fidelidad como sus vasallos. En un principio se propusieron dos candidatos a ocupar el trono, el normando Roberto Curthose, hijo de Guillermo el Conquistador, y Godofredo de Bouillon, por tratarse de los dos nobles de más alto rango presentes allí. Pero ambos eran reacios a ocupar cargos en Oriente dejando descuidados sus dominios originales, y declinaron la propuesta. Godofredo, sin embargo, adoptó el título de “Defensor del Santo Sepulcro”, el cual le permitía disfrutar de amplios poderes sin tener que verse atado a una vida en Outremer (nombre que los franceses daban a Palestina y Siria). Raimundo de Toulouse también fue propuesto como candidato, pero después de un incidente en el cual fue traicionado para entregarle un sector de la ciudad a Godofredo, se marchó.

Godofredo propuso entonces enviar mensajeros hasta la lejana Edessa, donde gobernaba su hermano Balduino, quienes debían comunicarle a éste que había sido designado como Rey de Jerusalén. La medida surtió efecto, y para el año 1100, Balduino ya había sido coronado. Indirectamente, siguió gobernando también en Edessa.

Es el momento de detenernos a observar el nuevo orden político que regía en Outremer a raíz de las conquistas cruzadas.

En primer lugar, tenemos la zona que Balduino, traicioneramente, tomó para sí en el Eufrates superior, alrededor de la ciudad de Edessa. Este territorio fue llamado el Condado de Edessa.

También encontramos, un poco más hacia el oeste, la región que comprende el valle del río Orontes, y, en general, aquella que está en las proximidades de Antioquía. Este territorio, como vimos, pasó a manos de Bohemundo ( quien lo dejaría a su sobrino Tancredo ) y recibió el nombre de Principado de Antioquía.

Al sur, quedaban los territorios administrados directamente por el Rey de Jerusalén (en teoría, tanto quien gobernara en Edessa como quien lo hiciera en Antioquía eran súbditos del Rey, pero, como era la usanza en ese entonces, este vasallaje era puramente formal, y a fin de cuentas no obedecían jamás los dictámenes de “su majestad”).

Al Condado, al Principado y al Reino pronto se les unió otro ente político: Raimundo, furioso por la actitud de los demás hacia él y frustrado por no haber recibido tierras, se dirigió hacia la costa y la emprendió contra la primera ciudad importante con la que se topó, y ésta era Trípoli. La puso bajo sitio, y, tras relativamente poca lucha, la tomó y luego pacificó las tierras a su alrededor. Estas tierras fueron convertidas en el Condado de Trípoli (que también se declaró estado vasallo del Reino de Jerusalén).

Así fue la forma como los soldados de Cristo distribuyeron la tierra que les había sido dada por Dios como premio por liberar a la más sagrada de las ciudades del yugo infiel.

La Jihad

La Cruzada había tenido, como hemos visto, consecuencias demoledoras para los poderes musulmanes en Oriente Medio. Gran parte de la costa oriental del Mediterráneo se había convertido en el feudo de los príncipes occidentales, los cuales veían a los no cristianos como monstruos despreciables cuyo único destino merecido era la muerte. En las principales ciudades, como Antioquía y Jerusalén, musulmanes y judíos habían sido exterminados, y sólo las aisladas comunidades rurales podían encontrar refugio contra la ira de los triunfantes cruzados.

Este clima de persecución y muerte horrorizó a un qadi (juez) de Damasco, Abu Sa´ad al-Harawi. Este hombre, acompañado de otros, entro a una mezquita de la ciudad y dispuso en el suelo un mantel, puso comida encima y empezó a comer. Cuando los aterrados feligreses vieron esto y lo reconvinieron fuertemente por semejante sacrilegio, el les dijo que porqué sólo andaban pensando en detalles superfluos del rito musulmán, cuando lo que deberían hacer para demostrar su fe era auxiliar a sus hermanos en problemas, y les reprochó su indolencia ante la masacre ocurrida en Jerusalén hacía pocos días. Acto seguido, marchó hasta Bagdad, donde se entrevistó con el Califa, quien, si bien ya no era el líder político de todo el Islam, al menos era su líder espiritual, y le pidió que hiciera un llamado a un movimiento al cual no se hacía referencia hacía muchos siglos: la “jihad”, la guerra santa contra los enemigos de Mahoma y el Islam. El Califa estuvo plenamente de acuerdo con al-Harawi, pero él sabía lo difícil que era unir a los turbulentos emires musulmanes. El sultán turco de Bagdad, Barkiyaruq, estaba en guerra con su hermano Muhammad, al igual que Duqaq de Damasco había sostenido duros enfrentamientos con su hermanos Ridwan de Alepo, y Kerbogha de Mosul tampoco era visto con muy buenos ojos por sus colegas. El proceso, análogo al llevado a cabo por Urbano II en Europa, iba a ser largo.

Finalmente, la oportunidad llegaría casi treinta años después. En 1127, un oficial turco, Imad al-Din Zengi, fue nombrado atabek (algo así como el que se encargaría de la regencia en caso de morir el emir) de dos emires, y se le dio la ciudad de Mosul en pago por sus funciones. Zengi era un hombre bastante ambicioso, y quería usar su plataforma de Mosul como base para el desarrollo de un imperio personal. Al año de haber sido nombrado, atacó Aleppo y Hamah, en Siria, y las conquistó. Dos años después, había logrado extender sus territorios al punto de estar amenazando Damasco. Fue entonces, habiéndose hecho a tierras y riquezas, que decidió promocionarse como el campeón de los musulmanes, el líder secular de la Jihad. Para ésto, recibió el visto bueno del mismo Califa. En 1132, lanzó una ofensiva general contra los estados latinos, asistido por su capaz lugarteniente, Sawar. Los ataques fueron realizados en particular contra el condado de Edessa, el cual fue perdiendo fortaleza tras fortaleza.

Los diversos intentos de Zengi por apoderarse de Damasco hicieron que ésta ciudad buscara una alianza con el Reino de Jerusalén, alianza que se concretó a pesar de haber sido los damascenos quienes habían muerto al conde de Trípoli durante una incursión. Los aliados enfrentaron en una batalla campal al atabek, quien sufrió considerables bajas y tuvo que dejar de lado sus intenciones en el sur, y dedicarse completamente a su frente septentrional, contra Joscelino de Edessa. El conde edesio se hallaba cada vez más acorralado, habiendo perdido sus principales baluartes. En 1144, Zengi decidió marchar directamente sobre Edessa y poner sitio a la ciudad. En diciembre, despues de cuatro semanas de asedio, ésta cayó. El conde se había retirado a la fortaleza de Turbessel, pero ya no quedaban esperanzas. La región estaba dominada por las fuerzas de Zengi.

Las noticias de la caída de uno de los estados latinos sacudió a Europa Occidental. Hacía un tiempo que el fervor por luchar en Tierra Santa se había desvanecido, pero ahora se creía que había surgido un formidable paladín del Islam que era capaz de arrollar con el ejército cristiano en Outremer y capturar Jerusalén. Por consiguiente, era imperioso enviar refuerzos. Una nueva Cruzada estaba en camino.

San Bernardo y la Segunda Cruzada

Las noticias de la toma de Edessa por parte de Zengi resucitaron el fervor cruzado en Europa Occidental. Sin embargo, el movimiento no tenía la misma fuerza que el generado medio siglo antes. Afortunadamente para las fuerzas cristianas en Tierra Santa, así como la Primera Cruzada había contado con un excelente orador como lo era Urbano II, la Segunda Cruzada iba a ser predicada por un hombre igual o más elocuente y convincente que Urbano. Su nombre era Bernardo de Clairvaux.

Bernardo era oriundo de Dijon, Borgoña, quien, al no tener talento para los asuntos militares, tomó la otra opción disponible para los jóvenes de la época: la vida clerical. Había entrado como monje en Citeaux, cabeza del nuevo movimiento monástico, el movimiento cisterciense. Después de tres años fue enviado a fundar un nuevo monasterio, cerca a Dijon, que él llamó Clairvaux. A pesar de ser simplemente el abad de Clairvaux, su personalidad terca y dominante, junto con un poder de la palabra furibundo y demoledor, le permitieron ganar influencia y poder dentro de los círculos clericales, a tal punto que más de un Papa se convirtió en instrumento de sus designios. Se convirtió en la principal figura de la Iglesia en Occidente.

Bernardo era un hombre muy devoto de la Virgen María (en la Divina Comedia, Dante lo pone como intercesor entre el poeta y la Virgen) y además estaba lleno de un profundo misticismo. Por tanto, estaba convencido de la importancia de defender los lugares en los cuales Jesucristo había puesto su inmaculado pie. Al escuchar que los territorios de la cristiandad estaban siendo amenazados por el nuevo campeón del Islam, se horrorizó hasta el límite e inició una serie de prédicas destinadas a convencer a los nobles de Europa de la importancia de tomar la espada para defender la fe en Cristo.

Uno de los primeros en recibir los elocuentes, contundentes y extensos sermones de Bernardo fue el rey de Francia, Luis VII. Luis había estado en conflicto con el Papa a raíz de un nombramiento de un arzobispo. Además, había causado la muerte de más de un millar de personas que habían buscado refugio en una iglesia, aunque no tuvo la intención de hacerlo. Luis era un hombre piadoso y ambos hechos lo tenían muy compungido. Deseaba hacer algo para reivindicarse con la Iglesia y lo que le planteaba Bernardo le parecía lo más adecuado.

Ahora bien, faltaba convencer a los nobles súbditos de Luis de las bondades de marchar a Oriente. Durante una ceremonia realizada en Vézélay, el Domingo de Resurrección de 1146, Bernardo aprovechó la presencia de varios aristócratas para lanzar una nueva prédica, y el efecto fue similar al causado en Clermont por el Papa Urbano. Toda Francia ardía en deseos de combatir por la cruz.

Bernardo completó su ciclo dando un sermón al Sacro Emperador Romano Germánico, Conrado III, y a sus nobles, en la ciudad alemana de Spira. La elocuencia de Bernardo tenía un poder irresisitible y los alemanes también convienieron en marchar. Luis y Conrado siguieron rutas separadas, aunque ambos viajaron a través de los Balcanes, y se encontraron en Constantinopla, en la corte del Emperador Manuel Comneno, nieto de Alejo. Corría el año 1147. Manuel trató a los monarcas occidentales de manera muy humillante, y sólo después de haberse inclinado Luis y Conrado ante él, los dejó continuar.

Los dos ejércitos se internaron en Asia Menor, en pleno territorio turco. Cerca de Dorylaeum, los musulmanes se abalanzaron sobre los alemanes, y se produjo una terrible carnicería en que pocos cristianos quedaron vivos, pero Conrado fue uno de los sobrevivientes. Después de una corta enfermedad, regresó a Constantinopla y de ahí continuó en barco hasta el puerto de San Juan de Acre, en el Reino de Jerusalén. Pero la Cruzada alemana había terminado. Conrado sólo sería un alto dignatario en Oriente, sin ejército.

Los franceses tomaron la ruta que seguía la costa meridional de Asia Menor, para estar en territorio bizantino el mayor tiempo posible. Pero en enero de 1148, cuando se dirigían a la ciudad de Attalia, los turcos cayeron sobre ellos. El ataque fue tan fuerte que al propio Luis VII le tocó subirse a un árbol y esconderse. Se perdieron muchos hombres. Al llegar a Attalia, el rey decidió que ya había tenido suficiente de la travesía por tierra. Embarcó a toda su caballería y partió hacia el puerto de San Simeón, y de ahí hasta Antioquía, donde llegó en marzo. Su infantería, en cambio, continuó por tierra, expuesta al constante acoso de los turcos, quienes les produjeron cantidades de bajas. Los sobrevivientes llegaron a Antioquía en junio.

Todo lo anterior mostraba que la Cruzada estaba condenada al fracaso, pero lo más increíble estaba por suceder. En Antioquía, los jefes de la ciudad instaron a Luis a atacar a las fuerzas del Islam en Edessa, pero Luis, en vez de eso, llevó a su ejército por territorio cristiano hasta Jerusalén, en vez de combatir, y allí se dedicaron a orar y visitar los Santos Lugares. La reina Leonor, que era una romántica irredimible y que había viajado hasta Oriente sólo para ver a su esposo combatir, amenazó a Luis con el divorcio.

Para complacer a su esposa, y al ejército, el rey francés decidió realizar un ataque contra los musulmanes. Pero su ignorancia de la situación lo llevó a atacar al único aliado fiel con que contaban los cristianos en el lugar: la ciudad de Damasco. Muchos nobles se sintieron indignados por esta decisión y se marcharon a Francia. Además, cuando finalmente montó el sitio sobre Damasco, esta busco la ayuda de Nur al-Din.

En 1146, Zengi, después de una fiesta en la cual bebió demasiado, encontro a uno de sus eunucos bebiendo de su copa. Zengi lo amenazó con ejecutarlo al día siguiente. El eunuco, temeroso de que su señor cumpliera su amenaza, esperó a verlo dormido, lo apuñaló y huyó en medio de la noche. Después de este asesinato, la tarea de continuar la jihad le correspondió al hijo del líder muerto, Nur al-Din. Ahora, el deseo de Zengi de entrar en Damasco iba a ser cumplida por su hijo.

Al ver lo dificil que era defender la posicion donde se había ubicado el ejército, y al saber que Nur al-Din estaba en marcha, los cristianos se marcharon. Sólo habían estado frente a Damasco tres días (24-27 julio de 1148). Después de esto, Luis Y Conrado permaneceieron unos pocos días en Tierra Santa y luego regresaron a sus respectivos países. Fue un rotundo fracaso para los reyes, para la cristiandad, y para Bernardo de Clairvaux. La actuación del ejército había seido torpe y no había logrado nada. Es más, dejó a los Estados Latinos de Oriente en una posición aún menos defendible que antes. Estaban a merced de los campeones del Islam.
Saladino

La tonta decisión de los cruzados de atacar Damasco había dado como único resultado el que esta ciudad se entregara en brazos de Nur al-Din. Gracias a ello, el príncipe musulmán se había hecho al dominio de prácticamente toda la frontera oriental de los territorios cristianos. Parecía cuestión de tiempo el que Jerusalén fuera nuevamente tomada por los “infieles”.

Sin embargo, había algo que detenía a Nur al-Din de lanzar su ataque: estaba escaso de dinero. Las luchas su padre y las suyas propias habían agotado las reservas disponibles en sus territorios. Entonces, sus ojos observaron ambiciosamente la más rica de las naciones islámicas en la región, el califato fatimí de Egipto. Los egipcios fueron los únicos que tuvieron la capacidad de enviar grandes ejércitos a frenar el avance cristiano poco después de la Primera Cruzada. El valle del Nilo proporcionaba infinidad de recursos que permitían mantener una muy sólida economía, condición necesaria para sostener un gran ejército, y eso era justamente lo que requería Nur ad-Din.

Se decidió utilizar el dinero que quedaba para montar un ejército que invadiera Egipto. Nur al-Din designó como comandante de sus tropas invasoras a uno de sus generales de máxima confianza, Shirkuh. Este llevó entre su séquito a su sobrino, Yusuf. Shirkuh necesitaba alguien en quien confiar realmente durante la misión, y Yusuf era tenido en muy buena estima por su tío.

La expedición partió de Damasco en enero de 1167. y dos meses después derrotaron a un ejército cruzado-egipcio para proseguir hasta Alejandría. Pero pronto cruzados y egipcios se reorganizaron y expulsaron a Shirkuh de la ciudad, haciéndolo retroceder hasta Damasco. Parecía que iba a ser imposible la invasión, hasta que los cristianos cometieron un nuevo error: atacaron prácticamente a traición a los egipcios. Estos los lograron rechazar, pero el visir egipcio, Shawar, no creía poder el sólo resistir un nuevo ataque, por lo que, al igual que Unur, el gobernante de Damasco, pidió ayuda a Nur al-Din. En 1169 Shirkuh volvió a emprender la marcha hacia Egipto, unió su ejército al del visir en Damietta, y le propinaron una gran derrota a los cruzados.

El pueblo de Egipto estalló en admiración por Shirkuh, y al mismo tiempo, Shawar empezó a caer en desgracia, puesto que alguna vez se había aliado con un pueblo que, además de infiel, había resultado vil y traidor. Shirkuh al parecer fomentó este pensamiento, hasta que Shawar fue obligado a dejar su cargo de visir y el recién llegado general fue nombrado para sucederle. Sin embargo, Shirkuh ya era muy viejo para los estándares de la época (tenía un poco más de 60 años) y, tres meses después de ser nombrado visir, murió. Las cosas hubieran marchado muy mal para los invasores sirios de no ser porque el Califa de Egipto (supuestamente el gobernante de Egipto, aunque quien verdad mandaba era el visir) designó a Yusuf, el sobrino de Shirkuh. Este rápidamente se hizo cargo de su nueva posición, por lo que los sirios se mantuvieron en posesión de las tierras del Nilo.

Lo que no sospechaba Nur al-Din era que Yusuf era un hombre de una tremenda ambición. Jamás se le pasó por la cabeza el ser el gobernante títere de Egipto, sometido a los designios de un lejano príncipe en Damasco o Aleppo. Quería poder para él, poder absoluto sobre vastos territorios. Pronto, Nur al-Din comprobó, compungido, que, en v vez de fuente de riquezas, había obtenido una fuente de problemas. El resentimiento creció entre ambos, y hubiera habido guerra de no ser por que Nur al-Din cogió una enfermedad y murió en 1174. Las cosas se facilitaron para Yusuf, quien inmediatamente partió hacia Siria y puso sitio a Aleppo, reclamando la herencia del príncipe fallecido, por lo que el Califa de Bagdad (quien, al igual que su colega egipcio, ejercía un poder que en realidad no existía sobre Nur al-Din) designó a Yusuf como rey de toda Siria, con lo que el sobrino de Shirkuh terminó en poder de un territorio muchísimo más extenso que cualquiera de sus antecesores y contemporáneos. Es más, a partir de este momento el nombre de Yusuf dio paso al rimobombante nombre de al-Malik al-Nasir Salah al-Din Abu ´l-Muzaffer Yusuf ibn Ayyub ibn Shadi. La parte “Salah al-Din” fue deformada por los cristianos y transformada en Saladino, que es como se le conoce mejor en la historia.

Saladino intentó una invasión de Tierra Santa, pero fue detenido y rechazado en Ramleh, en 1177. En 1180 se firmó una tregua de dos años entre los musulmanes y el Reino de Jerusalén, pero al año siguiente, un noble cristiano bastante pendenciero, Reynaldo de Chatillon, atacó una caravana que iba de Egipto a Siria. Saladino consideró esto un acto ofensivo y declaró rota la tregua. Al principio, Balduino IV, Rey de Jerusalén, actuando junto con Reynaldo, lograron rechazar a Saladino, pero las intrigas políticas al interior de Reino obligaron a pactar una nueva tregua. Pero nuevamente Reynaldo atacó una rica caravana, y hasta allí llegó la paciencia del príncipe musulmán. Reunió un gran ejército y marchó sobre Palestina dispuesto a destruir todo lo que fuera cristiano. Con la complicidad del conde de Trípoli, Saladino introdujo su ejército en 1187 y empezó a descender hacia Jerusalén. El nuevo Rey, Guy, reunió todas las fuerzas cruzadas en Tierra Santa, junto con los contingentes de templarios y hospitalarios, y partió a enfrentar a los islámicos. Los ejércitos chocaron cerca al lago de Tiberíades, en el lugar llamado los Cuernos de Hattin, y allí los cruzados, habiendo esocogido mal el terreno y habiendo permitido a los templarios atacar irracionalmente, fueron sencillamente arrollados por sus enemigos. Todos los miembros de las órdenes militares que fueron capturados fueron ejecutados, y Saladino ejecutó personalmente a Reynaldo, cumpliendo lo que había prometido en un tiempo anterior. Guy fue mantenido cautivo para pedir rescate por él.

Después de Hattin, los cristianos no pudieron ofrecer mayor resistencia, por lo que los territorios fueron cayendo rápidamente, y finalmente, Saladino marchó triunfante por las calles de Jerusalén en octubre de 1187.

En Europa, esto fue el horror de los horrores. La labor de 90 años antes estaba desecha. Prácticamente, la Cristiandad había sido expulsada de los Lugares Santos. Se requería que se formara una nueva expedición de guerreros de Dios que rescataran, una vez más, a Jerusalén del infiel. Como vamos a ver, había un hombre en Europa capaz de llevar nuevamente clamores de guerra santa a las naciones cristianas.

La Tercera Cruzada

Afortunadamente para los intereses de los occidentales en Tierra Santa, había en Europa un hombre deseoso de luchar en nombre de Dios. Su nombre, Ricardo I, Rey de Inglaterra, quien se inmortalizaría por el sobrenombre de Corazón de León. Ricardo había sido criado como un luchador romántico según el gusto de su madre, Leonor de Aquitania. El sólo soñaba con interminables combates al estilo de un torneo, donde los grandes campeones se batieran ante el infiel por amor a sus damas. Este soñador irredimible era el blanco perfecto para un predicador de la Cruzada.

En esta ocasión el que realizó el llamado fue nuevamente un Papa, Inocencio III. Al estilo de Bernardo, atacó primeramente los oídos de los reyes, en particular, Felipe II Augusto de Francia, Federico I Barbarroja de Alemania y (evidentemente!) Ricardo I Corazón de León de Inglaterra. El emperador alemán aceptó más o menos de buena gana, pero Felipe estaba horrorizado con la idea. No le cabía en la cabeza el abandonar sus deberes como monarca y enfrentarse a seguros desórdenes por parte de sus súbditos más poderosos (aunque el más poderoso era, curiosamente, Ricardo) y mientras tanto andar corriendo por todo el Oriente en medio de una aventura loca. Pero la presión de su pueblo y el deseo de no contrariar mucho al rey inglés, lo hizo empacar maletas. Así, tres reyes europeos partían a llevar nuevamente clamores de guerra a la Tierra Sacra.

Federico Barbarroja viajó por tierra, siguiendo una ruta similar a la de Godofredo de Bouillon un siglo antes (corría el año de 1190). Llegó a Constantinopla, y luego prosiguió por Asia Menor. Cuando se encontraba bañando en un riachuelo, una crecida capturó al rey y lo hundió, ahogándolo en el proceso. Después de este suceso, el ejército que venía con él se dislolvió.

Los otros dos gobernantes, mientras tanto, hacían la travesía por mar. Al llegar a Sicilia, Ricardo se enfrentó con Tancredo, el gobernante de la zona, aunque al final llegaron a un acuerdo. Luego continuaron hasta Chipre, que el monarca inglés se empeñó en conquistar, a pesar de los grandes retrasos que ya llevaba el viaje. Por fin, después de dar mil vueltas, la expedición tocó tierra en Tiro en 1191. Allí fueron informados que aparte de dicha ciudad, no era mucho lo que continuaba en manos cristianas. Los pocos soldados que permanecían en la zona estaban asediando Acre, y se le pidió a los reyes que colaboraran con esto. El ejército expedicionario partió al apoyo de sus correligionarios y a los pocos meses la ciudad cayó junto con toda la guarnición. Entonces, Ricardo propuso a Saladino que le entregaba los hombres a cambio de unas reliquias capturadas por los musulmanes durante sus incursiones. Saladino se demoró en su respuesta y esto llevo a que Corazón de León, completamente encolerizado, ordenara que llevasen a 2600 musulmanes de Acre, hombres, mujeres y niños, a las murallas y allí los ejecutaran. Fue un acto de barbarie que pocos islámicos olvidarían.

Felipe de Francia ya estaba bastante aburrido con esta situación. Ricardo se había autodenominado comandante en jefe de los ejércitos y había hecho a un lado al francés. Por tanto, éste retorno a su patria. Ricardo lo llamó desertor y dijo que en todo caso continuaría solo. Desde Acre empezó a recorrer toda la costa hacia el sur, tomando fortaleza tras fortaleza. Saladino estaba empezando a atemorizarse con los logros de este rey guerrero y decidió llegar a un acuerdo con él: le permitiría tomar posesión de toda la región costera, pero el interior, incluyendo Jersualén, seguiría en manos musulmanas. Ricardo meditó largo tiempo sobre esto, y mientras tanto sus ejércitos llegaban a la vista de la Ciudad Santa, pero en última instancia, aceptó. Se permitió que los cruzados cumplieran sus votos de visitar Jerusalén, y después la gran mayoría retornaron a sus países de origen (Ricardo tardaría en volver a sus dominios, pero esa historia es ajena a los hechos que se narran aquí).

La Tercera Cruzada había superado a la Segunda rotundamente, pues había salvado a los occidentales de ser expulsados de sus territorios orientales, pero, a consecuencia de los ataques de los campeones de la jihad, los Estados Latinos no eran más que un vago recuerdo y, lo que es peor, Jerusalén seguía en manos del infiel. Pero lo cierto es que ya los motivos místicos de la lucha en Outremer habían ido cediendo paso a los políticos: con tal de tener tierras, no importaba compartirlas con los otros.

El saqueo de Constantinopla

El relativo exito que habia tenido la Tercera Cruzada habia encendido de nuevo los animos de los occidentales por combatir en Tierra Santa. No mucho despues de la llegada de Ricardo a su tierra natal, un grupo de nobles, principalmente franceses, decidieron iniciar la organizacion de un nuevo movimiento cruzado. Como no se trataba de ricos y poderosos senores, como habia sido el caso de las campanas anteriores, fue necesario realizar todo tipo de actividades que recaudaran fondos para comprar los equipos y las provisiones, similar a como en los colegios, los estudiantes de ultimo ano intentan recuadar fondos para financiar el baile de graduacion. Estos hombres realizaron torneos, festivales, espectaculos, etc. y cuando creyeron haber recogido el dinero suficiente, se dedicaron a equiparse y a reclutar hombres. Al fin, practicamente todo estaba listo para el viaje, excepto una cosa: el transporte. Pensaron que lo mejor era viajar por mar desde Italia,y en ese entonces, la mayor potencia maritima en el Mediterraneo era la ciudad de Venecia, por lo que se dirigieron hacia alli.

Venecia estaba gobernada a la sazon por el dux Enrico Dandolo. Este era un hombre que, a pesar de estar cerca de los noventa anos y ser ciego, era un lider indomable y energico. Se decia que su ceguera habia sido causada en su juventud, cuando los bizantinos lo apresaron: supuestamente, habian proyectado los rayos del sol en sus ojos usando un espejo parabolico. Fuera esto cierto o no, el caso es que Dandolo aborrecia a muerte a los bizantinos, y estaba siempre dispuesto a ir contra ellos. Por ende, cuando el ejercito cruzado toco a su puerta, vio en ellos el instrumento con el cual destruiria a Bizancio. Mas se alegro aun cuando le dijeron que estaban algo escasos de dinero y que solo podrian pagarle parte de los costos de transporte, pagandole luego lo demas. Dandolo les dijo que les perdonaria parte de la deuda si tomaban para el la ciudad de Zara, en la costa balcanica. Ellos accedieron.

Partieron hacia Zara a comienzos del ano 1202. Los barcos venecianos cerraron el puerto de la ciudad mientras las tropas cruzadas, por primera vez en la historia del movimiento, atacaban las murallas de sus correligionarios. Finalmente la ciudad cayo. Cuando se encontraban asentados alli, recibieron una visita inesperada: uno de los miembros de la nobleza bizantina, Alejo, hijo del depuesto emperador Isaac II, se presento ante Dandolo y los lideres del ejercito, y les solicito ayuda para obtener el trono. Esto implicaba marchar sobre la misma Constantinopla, y esto era definitivamente acabar con la poca legitimidad de la cruzada (el papa los habia excomulgado tras la toma de Zara), pero era musica para los oidos del dux. Dandolo convencio e los demas diciendoles que el tomaria del botin de Constantinopla lo que aun le adeudaban. Todos estuvieron de acuerdo y levaron anclas hacia la capital bizantina.

LLegaron a su destino en 1203. Ante la vista de un fuerte ejercito, el usuarpador huyo y Alejo e Isaac fueron instalados en el trono, mientras que Enrico Dandolo cobraba su pago (y un poco mas), y asi todos estaban felices. Pero el jefe del partido nacionalista bizantino, otro Alejo, realizo un golpe de estado relampago en 1204 y depuso a padre e hijo. Al ver que este hombre no iba a ser el titere que habian sido los otros, los occidentales decidieron no seguir con juegos y tomarse el poder. Las tropas, que aun estaban alli, se lanzaron por las calles de la ciudad y empezaron a quemar, violar y matar por doquier. El emperador pronto sintio ls furia de la tropa, al igual que el resto de la ciudad. El pillaje y la destruccion alacanzaron niveles insospechados. Gran parte de la riqueza artistica y cultural que habia hecho de Constaninopla la envidia del mundo, fue danada. Las bibliotecas fueron quemadas, los monumentos destruidos o robados (como los caballos de marmol que adornaban el hipodromo, los cuales todavia estan en la plaza de San Marcos en Venecia), las iglesias fueron despojadas de sus ornamentos…. En medio de esta orgia de muerte y destruccion, los soldados que se habian cansado de robar y matar iban a la profanada basilica de Hagia Sofia, donde se jugaban el botin a los dados, mientras que, sentada en la silla del patriarca, una prostituta presidia el festin. Fue un episodio tremendamenter lamentable y decepcionante.

La imagen del movimiento cruzado, que habia sido restituida durante la Tercera Cruzada, fue echada por tierra y jamas volveria a levantarse. Europa entera habia tenido suficiente de este asunto.

Cruzadas posteriores

Los sucesos ocurridos en torno a la cuarta Cruzada hicieron que la Iglesia perdiera todo interés en seguir auspiciando el envío de ejércitos al Este para defender los Santos Lugares. Sin embargo, cuando en el sur de Francia surgió un movimiento heretico, el de los albigenses cátaros, el Papa dio la autorización para que nobles catolicos emprendieran una cruzada contra este grupo disidente. En 1209 comenzó la lucha entre los dos bandos. Cuando la fortaleza de Beziers fue capturada por los cruzados, se le pregunto a su líder, Simon de Montfort, cómo reconocer a los fieles de la verdadera fe y a los herejes. Este respondió: “Mátenlos a todos; Dios reconocera a los suyos”. La masacre de franceses continuó durante 20 años, hasta que los nobles “infieles” fueron derrotados y despojados de sus tierras. Pero el hecho de que el Papa hubiera apoyado el desarrollo de una guerra civil de grandes proporciones destruyó aún más la imagen del movimiento cruzado. Durante los años subsiguientes hubo varios intentos de apoyar la causa católica en Tierra Santa. La quinta Cruzada, más que dirigirse hacia costas palestinas, se enfiló hacia el verdadero centro de poder en la zona, que era Egipto. Lograron capturar el fuerte de Damietta, en la desembocadura del Nilo, tras de lo cual las autoridades musulmanes les ofrecieron cambiar Damietta por Jerusalén, pero los occidentales, soberbios tras la relativamente fácil batalla, se negaron. Cuando prosiguieron su marcha hacia el interior de Egipto, fueron encerrados y aniquilados por el ejército local.

La sexta Cruzada fue organizada por el emperador alemán Federico II en 1228, y alcanzó a tener un éxito relativo, pues logró avanzar hasta Jerusalén desde las posiciones costeras de los occidentales y, aunque no tomó verdaderamente la ciudad, la recuperó mediante la negociación con los gobernantes egipcios.

Pero esta readquisición de Jerusalén duró poco tiempo y nuevamente cayó en manos musulmanas. Esto le pareció algo aterrador al rey de Francia, Luis IX (quien serìa santificado tras su muerte). Luis era un hombre que gozaba de gran fama por su piedad y su devoción a los valores cristianos, y fue por eso que en 1248 proclamó que reclutaría un gran ejército que reforzaría la lucha contra el infiel, aunque aparte de él, prácticamente nadie estaba interesado en tal lucha. Recordando lo realizado durante la quinta Cruzada, se dirigió hacia Egipto y volvió a capturar Damietta. Pero cuando nuevamente los egipcios propusieron cambiar la fortaleza por Jerusalén, Luis, olvidando el error antes cometido, se negó a aceptar el trato y continuó Nilo arriba. La historia se repitió en cada detalle. El ejército fue emboscado, destruido, y todos sus líderes tomados prisioneros. En Francia, la reina madre tuvo que llenar al pueblo de impuestos para pagar el rescate que los musulmanes cobraban por el rey, quien pudo finalmente regresar a su patria en 1254. Fue un final trágico para la campaña militar.

Pero la mente de Luis no podía dejar de pensar en Tierra Santa, y sentía que su deber como monarca cristiano era continuar la lucha en el Este. En 1270, nuevamente inició los preparativos de una cruzada. Todos sus allegados lo tomaron por loco y se negaron a colaborar esta vez. Pero el continuó y zarpó hacia Oriente. Hizo una parada en Túnez, donde cayó gravemente enfermo y finalmente murió. Con el murió también el último resto de entusiasmo por el movimiento cruzado, apatía que coincidió con la aparición de un nuevo campeón del Islam.

Baybars

Tiempos oscuros se iniciaban para quienes defendian los ultimos reductos de los caballeros de la cristiandad en Tierra Santa, y la falta de apoyo proveniente de Occidente los sumiria pronto en la desesperación. El mundo islamico atacaba cada vez con mayor fuerza bajo la direccion de Baybars.

Baybars habia hecho carrera al servicio de los sultanes de Egipto.Cuando era muy pequeño, los hombres del sultán lo habían raptado para darle una educación de esclavo-soldado, totalmente fiel a su señor. Este tipo de guerreros eran llamados “mamelucos”, y constituían el cuerpo de élite de las tropas egipcias.Con el paso de los años, Baybars fue ganando prestigio y confianza por parte del sultán, y eventualmente fue puesto al frente del ejército. Se movilizó a los territorios norteños del sultanato para intentar frenar el avance de los temibles mongoles, quien habían construido el más grande imperio que el mundo había visto y no habían sido derrotados en medio siglo. En 1260, egipcios y mongoles chocaron en la batalla de Ein Jalut, y el resultado fue la retirada de los últimos, lo que les significó el fin de un período de constante expansión.Esto elevó hasta las nubes el prestigio de Baybars, a quien se empezó a considerar como el nuevo campeón del Islam. Esto implicaba que debía enfocarse en continuar la gradual expulsión del enemigo cristiano de las orillas orientales del Mediterráneo (además, las pequeñas posesiones cristianas se encontraban “atravesadas” en medio de las posesiones egipcias en Palestina).

Baybars, aprovechando su prestigio, se las arregló en primer lugar para derrocar al inepto sultán, y, una vez hecho ésto, se lanzó contra los cruzados. Estos, en su mayoría templarios y hospitalarios, hicieron lo que estuvo en sus manos para evitar la aniquilación total, pero, abandonados como estaban por el resto de sus correligionarios, era como si lucharan con las manos atadas. Fortaleza tras fortaleza fueron cayendo en manos enemigas, ya fuera por asalto, ya fuera porque se abandonaban al necesitarse los miembros de su guarnición en otro lugar. En 1291, agotados hasta el fin, los soldados que custodiaban la ciudad de Acre, principal centro cristiano en Tierra Santa durante el siglo XIII, montaron en los barcos que habían en el puerto y retornaron a Occidente. La venganza del Islam había sido completada, y pasarían 600 años antes de que una fuerza militar occidental volviera a hacer presencia en esas tierras. Sin embargo, Baybars no vivió lo suficiente para contemplar la victoria definitiva. Murió envenenado en 1277.

Convocatoria a una cruzada por El papa Eugenio III
(diciembre 1, 1154)

El obispo Eugenio, sirviente de los sirvientes de Dios, a Luis, el ilustre rey de los franceses, y a sus bienamados hijos, los príncipes, y a todos los fieles establecidos en la Galia – saludo y bendición apostólica.

Cuánto trabajaron nuestros predecesores los pontífices romanos para auxiliar a la iglesia oriental, eso lo hemos aprendido de los testimonios de los antiguos y lo hemos encontrado escrito en nuestras actas. Ya que nuestro predecesor de bendita memoria, Urbano, hizo sonar la trompeta celestial y se cuidó de hacer levantar a los hijos de la santa iglesia romana de todos los rincones de la tierra para que acudieran en auxilio de sus hermanos. A su llamado, en efecto, aquellos que viven más allá de las montañas y en especial los más valientes y fuertes guerreros del reino francés, y también aquellos de Italia, inflamados por el ardor del amor se reunieron, y, congregando un gran ejército, y no sin mucho derramamiento de su propia sangre, estando la asistencia divina con ellos, rescataron de la hez del paganismo la ciudad en la que nuestro Salvador sufrió por nosotros, y donde El dejo Su glorioso sepulcro como un recuerdo de Su pasión – y muchas otras cosas que, por evitar ser prolijos, nos abstenemos de mencionar.

Aquellos que, por la gracia de Dios y el celo de vuestros padres, se han esforzado de tiempo en tiempo para defender dichos lugares y proclamar allí el nombre de Cristo, han sido retenidos por los demás cristianos que allí habitan hasta el día de hoy, y otras ciudades de los infieles han sido efectivamente capturadas. Pero ahora, por nuestros pecados y los del pueblo que requiere la ayuda, lo cual no podemos relatar sin gran pesadumbre, la ciudad de Edessa que en nuestra lengua se llama Rohais – de la cual se dice que, estando todas las demás tierras del Este en manos paganas, por sí sola se dedicó a servir a Cristo – ha sido tomada, así como muchos castillos cristianos, por ellos (los paganos). Más aún, el arzobispo de la ciudad, junto con sus clérigos y muchos otros cristianos, han sido asesinados, y las reliquias de los santos han sido pisoteadas y dispersadas por los infieles. Porque cuando un peligro tan grande amenaza la iglesia de Dios y la Cristiandad en general, todos nosotros nos conocemos muy bien y no creemos que debe ser escondido de vuestra prudencia. Porque es sabido que sería la mayor prueba de nobleza y probidad que aquello que fue valientemente adquirido por vuestros padres sea valientemente defendido por vosotros, los hijos. Pero si ocurriera de otra manera, Dios no lo permita, el valor de los padres se vería disminuido a causa de los hijos.

Por tanto, os exhortamos a todos vosotros que estáis en Dios, os pedimos y os comandamos por la remisión de vuestros pecados que os unáis: que aquellos que están en Dios y, por encima de todos, los grandes hombres y los nobles se alisten; y esforzáos por oponeros a las multitudes de infieles, quienes están jubilosos por el triunfo obtenido contra nosotros, así como por defender a la iglesia oriental – liberada de su tiranía (la de los infieles) por la sangre derramada por vuestros padres, como ya hemos dicho – y liberar a muchos de vuestros hermanos de sus manos que la dignidad del nombre de cristiano sea engrandecida en vuestro tiempo, y que vuestro valor, el cual es alabado en el mundo entero, permanezca intacto e imbatible. Que el buen Matías sea un ejemplo para vosotros, quien, por preservar las leyes de sus ancestros, no dudo en lo más mínimo exponerse él junto con todos sus hijos y parientes a la muerte, y dejar todo lo que poseían en este mundo; y que a la larga, con ayuda divina, y después de muchos trabajos, triunfó, al igual que su progenie, sobre sus enemigos.

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