• 25 Aniversario

Dr. Elías Roldán

Dr. Elías Roldán – “El juramento roto”

“Primero, no harás daño”. Eso juré con la mano temblorosa, joven y limpia, frente a mis profesores. Hoy esa frase me da náuseas.

Mi nombre es Elías Roldán. Médico forense. Fundador de Médicos Sin Restricciones. Ex defensor de la vida, actual administrador de la muerte. Una paradoja con bata y colmillos.

Mi historia no empieza con mi Abrazo, sino mucho antes. Empieza con una niña de seis años que llegó a la guardia, rota por dentro, con los ojos vacíos y la pelvis sangrando. Yo tenía veintisiete y todavía creía en la justicia. Diagnostiqué lo evidente. Había signos inequívocos de abuso. Y, como si fuera poco, su propio tío estaba implicado en un caso similar años atrás. Era una condena segura. O eso creí.

Las pruebas se extraviaron. El fiscal sonrió como si me hiciera un favor. La familia… se calló. El tipo salió libre. Y yo, yo volví a casa con las manos manchadas y el alma hecha trizas. Esa noche no dormí. Esa noche cambié.

Empecé a ver a los criminales como una enfermedad. Una metástasis en el tejido social. Y si la ley era una radiografía rota, yo tenía que ser el bisturí.

No fue inmediato. Primero fundé la ONG. Luego abrí una clínica privada. Me metí en política sanitaria. Busqué aliados: médicos, fiscales, periodistas, hasta un comisario retirado. Todos veían lo mismo. Todos tenían miedo. Yo no. Porque el miedo me había quemado de tanto usarlo.

Entonces apareció él.

Un hombre de mirada antigua. Hablaba de Cartago como si la hubiera visitado la semana pasada. Me dijo que conocía mi causa. Que la compartía. Que la Bestia ya estaba en mí… solo tenía que dejarla salir. Me ofreció poder, visión, Sangre. Y yo acepté. No por ambición. Sino porque ya no confiaba en el sistema, pero aún tenía fe en mi cruzada.

Mi Abrazo fue limpio. Clínico. No hubo lujuria, ni frenesí, ni gritos. Solo la mordida, el vacío, y luego la sed. Al despertar, me sentí por primera vez útil. Capaz. Libre.

Mi sire me enseñó lo esencial: controlar el frenesí, respetar la Mascarada, leer el lenguaje secreto de la Estirpe. También me habló de su sueño: reconstruir una nueva Cartago. Justa. Poderosa. Iluminada. Yo no sé si creo en eso… pero creo en él. Y eso me basta.

Desde entonces, soy el cirujano de lo inoperable. El fiscal de los casos sin expediente. El monstruo que caza monstruos.

Tengo una red. Aliados en la morgue, en la fiscalía, en laboratorios farmacéuticos. Cuando un caso cae por las grietas —un violador que sale por tecnicismo, un abusador con contactos, un corrupto que compra silencio— mi red me avisa. Entonces lo evalúo. Y si lo considero culpable… desaparece.

A veces es un accidente de tránsito. O un suicidio forzado. A veces simplemente deja de estar. Yo lo retiro. Lo sedo. Y lo convierto en algo útil: reserva de sangre, fuente de órganos, o incluso conejillo de Indias para drogas que pueden salvar a miles.

Sé lo que estás pensando.

Sí, es horrible. Pero no más que ver morir a un paciente por falta de tratamiento. O leer que un violador fue liberado por “falta de mérito”. Ellos ya no son humanos. Perdieron ese derecho. Yo, en cambio, ya nunca dejaré de ser monstruo.

Tengo pesadillas. Sueño con esos niños. Con sus voces. Con sus huesos. No puedo salvarlos. Pero puedo evitar que otros sufran igual. Esa es mi redención. Mi cruz. Mi justificación.

Trabajo en hospitales. Duermo en clínicas. Mi rostro es el de la respetabilidad. El médico de traje. El que atiende sin mirar la billetera. Pero de noche… soy algo más. Algo peor. Algo necesario.

Y sí, pertenezco a la Camarilla. Porque quiero que este mundo de sombras tenga reglas. Límites. Una estructura que permita la supervivencia. No me interesa la anarquía. No quiero ver la Mascarada caer, ni que la Bestia tome el control. Mi existencia ya cuelga de un hilo: no necesito sumar el caos.
No mato por placer. No torturo. No exhibo mis actos. Mi justicia es silenciosa, precisa, quirúrgica. Como una incisión perfecta: sin dolor innecesario. Sin testigos.

Y, sin embargo, cada noche me pregunto cuánto falta para que yo mismo me convierta en aquello que persigo.

Ese día llegará,.. Pero no será hoy. Hoy, hay trabajo que hacer.

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