• 25 Aniversario

La Dama de los Susurros Rotos

Alias: “La Dama de los Susurros Rotos”
Clan: Nosferatu
Fecha del Abrazo: 2015
Ciudad: Buenos Aires
Edad al ser abrazada: 33 años
Origen humano: La Humada, La Pampa

I. Antes del Silencio

Ava Celina Castro nació entre el viento seco y los inviernos largos de La Humada, La Pampa. Su infancia fue silenciosa, como el pueblo que la rodeaba. Aprendió a caminar entre perros flacos y calles polvorientas, donde hablar de más traía problemas y el silencio era respeto.

Desde joven, se volvió hábil para escuchar lo que los demás no decían. Observadora, invisible por elección, sobrevivía mejor mirando desde la esquina que desde el centro. La vida le enseñó que no hacía falta hacer ruido para existir. Con el tiempo, eso se volvió su escudo… y su castigo.

A los 28 se fue a Buenos Aires, escapando del pueblo, de la rutina, de algo que no podía nombrar. Allá sobrevivió con trabajos marginales: hospitales, depósitos, limpieza. En 2014 consiguió un puesto nocturno en el subte, limpiando pasillos cerrados, cambiando tubos fluorescentes que nunca duraban, barriendo estaciones que no aparecían en el mapa.

Allí, en la humedad callada de los túneles, se sintió en paz.

II. El Abrazo

Una noche de marzo de 2015, Ava encontró un cuerpo en las vías. No un cadáver humano… no del todo. Sangraba, pero no moría. Tenía ojos que no pedían ayuda, sino castigo.

Ella no gritó. No corrió. Solo miró. Luego, siguió barriendo.

Horas después, en la estación clausurada de Pasco Sur, lo vio a él. Pálido, curvado, con una boca que parecía hecha para no hablar nunca. El Nosferatu Donato Ibarra, conocido en su clan como “El Callado”, la había estado observando por meses.

No la eligió por compasión. La eligió porque ella ya vivía como uno de los suyos.

Le ofreció el Abrazo sin palabras. Ava asintió. No preguntó. No se resistió.

Y el mundo dejó de hacer ruido para siempre.

III. Lo que vino después

La transformación fue agónica. El cuerpo de Ava se torció, se deshizo, se vació de todo lo reconocible. Su piel se volvió ceniza. Su voz, eco. Su rostro, olvido.

Durante los dos primeros años, Donato apenas la instruyó. Le dio mapas, nombres, reglas. Luego, desapareció. Ava aprendió a hablar con ratas, con sistemas de seguridad, con sonidos detrás de las paredes. Aprendió a existir sin ser vista. A no confiar en nadie. A guardar secretos como si fueran huesos.

Descubrió que la ciudad tenía órganos internos: túneles ocultos, corredores olvidados, cámaras sin dueño. Se convirtió en una sombra que susurraba desde el fondo.

IV. Los Susurros Rotos

Con el tiempo, empezaron a nombrarla:
La Dama del Andén,
La Señora del Subsuelo,
La que se ve en las cámaras y no está.
Pero el nombre que quedó fue el que más le dolió:
La Dama de los Susurros Rotos.

Porque eso era. Una colección de murmullos de gente rota, escondida, abandonada.

Comenzó a influir en silencio: desviando amenazas, entregando pruebas, dejando cuerpos. Nadie podía decir que existía… pero todos sabían que no convenía cruzarla.

V. El reflejo que no vuelve

Hoy, Ava vive entre andenes sellados, pasillos ciegos y cloacas con historia. Su única compañía constante es “Serrucho”, una rata vieja que la sigue como si entendiera el peso de sus pasos.

Sus aliados son un loco devoto (Rodrigo) y una bruja silenciosa (La Nona).
Uno la venera. La otra la respeta.
Ava no les pertenece, pero los cuida como si fueran parte de una promesa que no recuerda haber hecho.

La Camarilla la tolera, la usa, la teme.
Pero nadie la conoce.

Solo el silencio sabe quién fue Ava Castro.
Y ni él está del todo seguro.

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