El mundo gótico victoriano se define por agudos contrastes. Fuera de las «tierras civilizadas» del Imperio, la Espada de Caín se ha alzado para caer sobre el corazón mismo de la Camarilla. El Sabbat victoriano no cree que exista ninguna razón para ocultarse de la humanidad. En lugar de esto, estos vampiros preferirían someter a la humanidad. Un Cainita no finge ser mortal. Se abandona libremente a su naturaleza monstruosa. Si son ciertas las afirmaciones de la Camarilla, el sacrificio de inocentes, la corrupción de lo virginal y la profanación de terreno sagrado son altos rituales para el Sabbat.
Con su característica arrogancia, la Camarilla victoriana retrata los terrenos ajenos a su influencia a grandes rasgos. Lo que los Vástagos no comprenden, lo condenan. Sin embargo, los antiguos han vislumbrado unos pocos fragmentos de verdad. El Sabbat victoriano se opone a la propia civilización. Tras haber conocido la libertad que la rígida sociedad del Imperio no tolera ni comprende, los chiquillos del Sabbat aprecian en gran medida las incorrecciones que la Camarilla condena.
Aunque los antiguos más sabios del Sabbat aconsejan discreción, especialmente después del Pacto de Compra, que ha servido, al menos supuestamente, para el fin de cambiar la orientación de la secta, ésta se ha visto invadida por una nueva generación de vampiros depravados que veneran todo lo que es impío. Como esteras que rechazasen el convencionalismo, los chiquillos del Sabbat juegan con fuego. Les entretienen los ritos salvajes, el opio y la absenta, la blasfemia baudeleriana y los intentos aparentes de fingir degeneración sexual. De sus viajes a oriente traen delicias orientales, que van desde las complejidades del tatuaje asiático hasta grotescas torturas desconocidas. Sin embargo, lo que empieza como declive del mundo civilizado se convierte con demasiada frecuencia en una espiral descendente hacia el abandono todo lo humano. La locura definitiva y la libertad definitiva están entrelazadas inexorablemente.
Los Cainitas no Reciben el abrazo y la instrucción de los chiquillos, desde luego, no con los extensos periodos de tutela en cuanto a etiqueta y buenos modales a que se someten los Vástagos. En lugar de esto, el fervor se les inculca con los Ritos de Creación. Al chiquillo se le sacrifica, y a continuación se le hace pasar por umbrales nuevos de experiencia por medio del placer y el dolor. Una vez que un mortal privado de sangre consume la vitae! de un vampiro, los ritos le permiten atravesar la frontera ente el mundo de los vivos y una existencia monstruosa.
En esta era bárbara, uno de los Ritos de Creación comunes consiste en enterrar vivo al novicio, con lo que se le obliga a luchar por su no-vida abriéndose paso con las garras hasta la superficie. El chiquillo, debilitado y cansado, se ve asaltado y sometido a la fuerza, después de lo cual comienza el siguiente rito deshumanizador. Aunque éste es un método muy extendido para inculcar la lealtad al Sabbat, especialmente cuando una Cruzada se encuentra en su punto álgido y se necesitan tropas de asalto, no es en absoluto el único. La creación de un monstruo a menudo es una experiencia altamente personal, creada a la medida de la víctima. Una Toreador del Sabbat puede enseñar a su amante nuevos roles de dominación y sumisión, y demostrar así conocimientos que una verdadera mujer victoriana nunca se atrevería a profesar. Un Malkavian del Sabbat podría usar la clarividencia y la tortura para privar a la mente de un novicio de su frágil cordura, y crear lentamente un monstruo bestial y demente. Los antitribu Tremere sucumben a rituales de dominio demoníaco, mientras que los antitribu Brujah dotan a sus chiquillos de una nueva fuerza obligándoles a sacrificar a los mismos campesinos a los que defendían anteriormente. La creatividad corrupta destruye la identidad anterior del chiquillo, y lo libera de las restricciones de la mera humanidad.
A medida que el nuevo vampiro recobra un pellizco de cordura, puede que opte por aliarse con otros que hayan sufrido tanto como él. A continuación, se somete a la Vaulderie, una ceremonia en la que los Cainitas comparten su sangre en un cáliz comunal. Tras deleitarse con la sangre de los de su propia especie, conforman una manada dedicada a una cruzada contra la propia humanidad. Los Cainitas odian tener que ocultarse de la humanidad. No pueden comportarse abiertamente como vampiros, debido sencillamente al número de criaturas inferiores (incluidos los Vástagos). La Vaulderie confirma que la primera lealtad de un Cainita es para con los suyos.
Los Vástagos negarían rotundamente que exista ninguna libre elección al someterse a la Vaulderie, lo cual es una acusación irónica teniendo en cuenta la explotación constante a que tantos neonatos de la Camarilla se ven sometidos por parte de sus sires. La práctica de la Vaulderie pone de relieve claramente el desprecio del Sabbat para con la sumisión voluntaria que practica la Camarilla, el suicidio de someterse a los Antediluvianos y la opresión que practican los antiguos Vástagos. Un chiquillo Vástago puede verse obligado a formar un vínculo de sangre con un antiguo de confianza, pero una manada crea este mismo vínculo de lealtad de forma voluntaria entre todas las bestias que corren con ella. La liberación de la Vaulderie es tan profunda que el chiquillo puede olvidar todas las preocupaciones pasajeras que tuviese antes del ritual. Es una forma muy diferente y casi espiritual de «renacimiento».
Revolución eterna
Cuando los Fundadores propusieron la sociedad de la Camarilla, los sabbats vampíricos la denigraron. Era evidente que se trataba de un medio para que los Antiguos mantuviesen esclavizados a sus descendientes.
Los líderes del movimiento eran meras marionetas que hacían cumplir la voluntad de sus amos en la sombra. Su sociedad, por lo tanto, se ha vuelto anquilosada y sumisa, y mantiene a los vampiros jóvenes sometidos como siervos de una aristocracia ilegítima y eterna. Las leyendas sugieren que llegará una noche en la que los Antediluvianos despertarán para destruir a las criaturas que ellos mismos crearon. Los Cainitas afirman que la Camarilla mantiene la docilidad de sus jóvenes para que cuando los Antediluvianos se despierten, los vetustos vampiros puedan destruir y devorar a los Vástagos con poca o ninguna resistencia por su parte.
La Espada de Caín desea derrotar a estos antiguos. Cuando una Cruzada del Sabbat pone en peligro un dominio de la Camarilla, los líderes de la manada usan rituales de diablerie para atenazar a los antiguos Vástagos y robar el poder de su sangre. Cuando una manada destruye a su víctima, el banquete de almas roba el espíritu de su víctima. Cada vez que un vampiro joven diaboliza a un antiguo, rebaja su generación. De este modo, las manadas de Cainitas se acercan a Caín, y cobran fuerzas para la noche en que acaben con los propios Antediluvianos. Los vampiros del Sabbat se deleitan con estas ruines ambiciones. Por supuesto, si no aprenden a comportarse de un modo más sutil, puede que se delaten como peligros evidentes a los que se deba destruir. Si no obtienen cierto grado de éxito inmediato, perecerán.
Vaulderie
Mientras que los vampiros de la Camarilla hablan de guardar sus almas contra la Bestia, los sacerdotes del Sabbat practican ritos de unidad espiritual entre los Cainitas. Éstos, una vez creados, forman manadas, que a menudo merodean como monstruos y hacen lo que se les antoja. Para mostrar su alianza común, practican el rito de la Vaulderie, de compartir las almas. El sacerdote de la manada presenta un cáliz en el que cada vampiro contribuye con una parte de su sangre. A continuación se pasa dicho cáliz de un miembro a otro de la manada, para que todos puedan alimentarse de él. Los resultados son parecidos a los del vínculo de sangre de la Camarilla, pero, en este caso, los miembros de la manada no quedan sometidos unos a otros, sino aliados entre sí. Según se dice, tras alimentarse de este modo muchas veces, el vampiro sustituye lentamente su propia identidad, y su propia alma, por la esencia de la manada.


