Recopilación de Arcontes

Un Arconte es un agente reconocido de uno de los Justicares de la Camarilla. Si los Justicars son las manos del Círculo Interior, los Arcontes son sus dedos.   Arconte: alto funcionario, gobernante; Uno de los nueve magistrados principales de la antigua Atenas; Una figura autorizada, un líder.   Los arcontes casi siempre son seleccionados por su Justicar al comienzo de su mandato y normalmente son despedidos cuando su Justicar es reemplazado. Se pueden elegir individuos para convertirse en Arconte por una variedad de servicios que van desde destreza en combate, tácticas, capacidades de investigación o espionaje. A menudo son elegidos entre las filas de los servires que han demostrado ser valiosos ayudantes de campo entre los Arcontes veteranos. Los propios Arcontes suelen ser bastante hábiles por derecho propio y, como enviados de la voluntad de su Justicar, tienen mucha influencia política. Sin embargo, los Arcontes no siempre actúan abiertamente…

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Arcontes: al servicio de la justicia

Durante incontables años, ellos han velado por la paz en la Camarilla. Todos nosotros hemos oído hablar de ellos como el preludio del castigo merecido; son los Arcontes, los guardianes de las Tradiciones, los servidores de los Justicar. En este pergamino tratamos de registrar, basándonos en diversas fuentes (citadas al final del texto), los sistemas para utilizar los Arcontes en tu Crónica de Vampiro como algo más que unos meros arquetipos. Capitulo Uno: Orígenes y naturaleza de los Arcontes Al fundarse la Camarilla, los fundadores (Hardestat, Rafael de Corazón y compañía) tomaron bajo su protección a cuatro Cainitas, que serían los primeros Arcontes de la historia vampírica; sus nombres eran: Federico de Padua (Nosferatu), Lilika Kairos (Brujah), Jean-Marc d’Harfleur (Toreador) y Gilbert d’Harfleur (Ventrue). Su función fue ser asistentes de los Fundadores y combatir a los Anarquistas allí donde fuese necesario. Con el tiempo, nació el concepto de Justicar, juez…

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Preludio – Vampiro Edad Victoriana

A través de un intermediario, me había procurado alojamiento en la residencia privada de un lord de poca monta llamado Trobury, que vivía recluido en el campo y a quien ya no interesaba viajar a Londres. Aquellos agradables apartamentos, si bien eran sumamente acogedores, se encontraban decididamente apartados de cualquier vía de tránsito importante, al estar situados en un barrio que, evidentemente, había sufrido un considerable cambio de fortuna en los últimos años. Los edificios situados a lo largo de aquella calle y las adyacentes no se encontraban convenientemente conservados, con lo que presentaban un aspecto pronunciadamente desaseado, incluso a la luz tenue de las farolas de gas. La calle carecía de ningún personaje remotamente digno de mención, lo cual no suponía una molestia en absoluto. Ni libertinos ni parejas de amantes suponían peligro alguno para mi bienestar, aunque, probablemente a la larga, yo sí lo supondría para el suyo….

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