Los Saberes

Saberes comunes

Aun cuando la mayoría de los saberes se consideren potestad de la Casa que los creó, existen dos sendas, dos herramientas, que todo ángel (o demonio) necesitaba para acometer su trabajo inmerso en los prodigios del Paraíso. El Saber del Firmamento fue el primero: englobaba los principios constructores básicos del universo físico.

Era, en realidad, un conjunto de principios que proporcionaba las bases sobre las que sustentar el trabajo de todas las Casas. El segundo conjunto de saberes comunes evolucionaría entre los caídos durante la Edad de la Ira, como un medio para facilitar el contacto entre la humanidad y la hueste rebelde.

Saber del Fundamento

Saber de la Humanidad

Casa de los Diablos (Namaru)

La tarea de los Heraldos consistía en propagar la luz de los Cielos a todos los rincones de la Creación y orquestar los esfuerzos de toda la Hueste Celestial para dar forma al Gran Designio de Dios. Destacaba entre sus deberes el Saber de los Celestiales, que comprende el conocimiento necesario para emplear la voluntad del Cielo (y a la postre, la Fe mortal) a fin de localizar, informar y apoyar los esfuerzos de otros celestiales. No menos importante era el Saber de la Llama, que otorga a los Heraldos el dominio del fuego primario y purificador de la creación, una terrible arma que blandir contra sus enemigos. El Saber del Resplandor, que engloba los secretos de la inspiración y el liderazgo, no pertenecía originalmente a los Heraldos, pero eso cambió en el seno de los Diablos durante la Edad de la Ira, cuando estos nobles líderes y campeones refinaron su poder para inspirar y comandar a los aliados humanos de los caídos.

Saber de los Celestiales

Saber de la Llama

Saber del Resplandor

Casa de los Azotes (Asharu)

Los Ángeles del Firmamento gobernaban los vientos bajo la bóveda estrellada del Cielo y acercaban el soplo de vida de Dios al hombre y las bestias. El Saber del Despertar era fundamental para esta tarea sagrada, pues imbuía los cuerpos de los recién nacidos con la chispa de la vida y evitaba que sus protegidos enfermaran y sufrieran heridas. Antes de la Caída, todas las criaturas que recibían la bendición de la vida quedaban vinculadas desde ese momento al ángel que la hubiera despertado, lo que permitía a los espíritus guardianes presentir cuándo sufrían o corrían peligro sus hijos para volar a su lado. Los Asharu perdieron este vínculo innato tras la Caída pero, con el tiempo, los Azotes amasaron una ingente cantidad de conocimientos con los que restauraron una fracción de su penetrante consciencia: el Saber del Firmamento. La labor de dirigir las corrientes de aire que sustentaban la vida en el Paraíso, segundo de sus deberes como dadores de vida, quedaba comprendida en el Saber de los Vientos.

Saber del Despertar

Saber del Firmamento

Saber de los Vientos

Casa de los Malefactores (Annunaki)

Aunque rara vez se dejaran ver, los Artífices eran los responsables de mantener en buen estado la siempre cambiante faz del Paraíso, excavando valles, levantando montañas y tendiendo llanuras en un lento pero constante ciclo dinámico que estimulaba los demás ciclos de la vida física. Este deber principal estaba representado por el Saber de la Tierra, que otorgaba a estos ángeles los secretos del moldeado de la roca y el suelo, fuera cual fuera su tamaño o extensión. Esta colosal tarea estaba unida a la responsabilidad de hacer de la tierra un lugar accesible para todas las criaturas vivas que la poblaban, tendiendo caminos que unieran un sitio con otro. El Saber de las Sendas es un conglomerado sutil pero potente de evocaciones que dictan la manera en que pasa un objeto físico de un lugar a otro. La humanidad cree que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, pero esto se debe a que así lo desearon los ángeles de la tierra en el alba de los tiempos. Aunque estas poderosas artes fueran fundamentales para la existencia del Paraíso, resultaban lentas e indirectas según los estándares mortales. Al comenzar la guerra, los Annunaki buscaron el modo de conseguir que sus poderes resultaran más inmediatamente útiles para sus aliados demoníacos y mortales, lo que condujo a la síntesis de armas y herramientas mejoradas por medios demoníacos. Estos métodos, comprendidos en el Saber de la Forja, se consideran ahora el auténtico sello de los Malefactores.

Saber de la Tierra

Saber de las Sendas

Saber de la Forja

Casa de los Perversos (Neberu)

La humanidad ve el universo como un panorama imposiblemente vasto de galaxias, estrellas y planetas, donde cada cuerpo celeste vaga a la deriva en un mar de nada que se extiende igual que las ondas en un estanque. Los Ángeles del Firmamento saben que no es así: todos los elementos de la Creación, por gigantescos o insignificantes que sean, dependen los unos de los otros en un delicado equilibrio de poder, movimiento y dirección. Es un mecanismo grandioso que sólo Dios podría concebir, un mecanismo que los ángeles recibieron órdenes de controlar y conservar a perpetuidad. Era fundamental para esta tarea el Saber de los Patrones, que permitía a los ángeles de la Cuarta Casa estudiar la evolución del Gran Designio y predecir los posibles problemas antes de que ocurrieran.

Aun así, el designio era tan inconmensurable que ni siquiera los Elohim podían ver más que una porción, lo que condujo a la creación del Saber de los Portales, una colección de secretos que permitía a los ángeles viajar a lo largo y ancho de la realidad en un parpadeo. Por último, al igual que los Annunaki, cuyos deberes deberían haberlos mantenido lejos de los mortales, los Neberu emplearon sus poderes directamente en la lucha contra la Hueste del Cielo. El Saber de la Luz emergió durante la guerra cuando los Perversos aprendieron a valerse de su comprensión de la luz y la percepción para generar potentes ilusiones.

Saber de los Patrones

Saber de los Portales

Saber de la Luz

Casas de los Corruptores (Lammasu)

Los veleidosos ángeles de las profundidades estaban condenados desde el principio a llevar una existencia solitaria, lo bastante cerca de los humanos para inspirar sus corazones, pero siempre lejos de su alcance. El Saber de la Añoranza, con su poder para inflamar las pasiones humanas, era el núcleo de la sabiduría colectiva de la Casa, pero su dominio de los vientos y las mareas condujo también a la evolución del Saber de las Tormentas, que permitía a los ángeles de las profundidades realizar incursiones tierra adentro. Resulta irónico que, cuando los Lammasu hubieron renunciado a su juramento al Cielo y se mostraron abiertamente a la humanidad, los rebeldes no estuvieran preparados para relacionarse directamente con los mortales. Se sentían mucho más cómodos mostrando a los hombres los rostros que querían ver estos, que arriesgándose a que los vieran por lo que en realidad eran. De ahí que estos espíritus caprichosos refinaran el arte de transformar su apariencia para amoldarse a las expectativas de quienes los rodeaban y emergiera el Saber de la Transfiguración.

Saber de la Añoranza

Saber de las Tormentas

Saber de la Transfiguracion

Casa de los Devoradores (Rabisu)

Los señores de los bosques y las fieras fueron creados para gobernar a los seres salvajes del mundo y moldear la flora y la fauna según los dictados del Creador, atribuyendo a cada organismo su papel concreto dentro de un ecosistema complejo y dinámico. El Saber de la Bestia definía este dominio de los animales terrestres, las aves y los peces; les permitía invocar, ordenar y malear el cuerpo de sus sujetos, mientras que el Saber de la Naturaleza comprendía los secretos de las plantas. El Saber de la Carne vendría más tarde, durante la guerra, cuando los Rabisu aplicaron sus artes a la adecuación de la carne humana a los rigores del campo de batalla.

Saber de la Bestia

Saber de la Naturaleza

Saber de la Carne

Casa de los Verdugos (Halaku)

Aunque en la actualidad se los conozca como los Ángeles del Segundo Mundo, en su origen los Verdugos eran meros agentes del cambio que eliminaban aquellas plantas y animales que ya habían cumplido su función, abriendo paso así a nuevas y mejores generaciones. El Saber de la Muerte les otorgaba poder para poner fin a la vida de forma rápida e indolora, y devolver luego los cuerpos de los difuntos a su composición particular básica para que la tierra los absorbiera y comenzar de nuevo. De todas las Casas, los Halaku fueron los que más se vieron obligados a evolucionar tras la Caída. Perdida la inmortalidad de los humanos, los Verdugos se vieron inmersos en un complicado y doloroso dilema: debían acabar con la vida humana, a menudo mucho antes de tiempo, y luego abandonar el espíritu a un destino desconocido. El Saber del Espíritu nació del deseo de los Verdugos por evitar el extravío de estas almas, pero ni siquiera esto bastaba para proteger a los fantasmas de las tropelías de los Segadores leales. Por fin, los
Halaku decidieron adoptar una medida des- esperada: la construcción de un refugio ajeno al universo físico, donde los Segadores de Dios no pudiera encontrar las almas de los difuntos. El primer paso para lograr su plan consistió en aprender la manera de estabilizar y recorrer las bolsas de realidad que existían fuera del cosmos físico, lo que condujo a la evolución del Saber
de los Reinos y culminó con la creación del reino de los espíritus.

Saber de la Muerte

Saber de los Espiritus

Saber de los Reinos

Tiburk

Un amante de los juegos de rol...

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